viernes, 8 de agosto de 2014

Fiel

Fiel a qué. Fiel al qué. Al qué que nunca es algo porque si fuera algo ya no sería un qué. Fiel a un qué que no es algo porque si fuera algo ya no habría un acto de fe. El qué no es nada. La fe es fe en la nada. Siempre se es fiel a la nada porque si se fuese fiel a algo, a cualquier cosa, entonces ya no sería fe sino intercambio. Si hay fe, no hay intercambio. Si hay intercambio, hay acuerdos, contratos, pactos, estrategias, cálculos, pero nunca fe. Ser fiel es tener fe, pero la fe no se tiene. No se tiene porque si se la tuviera, sería algo. Y si fuera algo, no habría fe sino intercambio. Si hay intercambio, no hay entrega sino ganancia. Pero con la fe no se gana. Si hay ganancia, hay expansión, crecimiento, engordamiento, ampliación, pero no fe. La fe es un acto de retracción, de retirada, de apertura. No hay razones para ser fiel. Si hubiera razones, ya no sería fidelidad sino orden. Ser fiel es romper todo orden. Es un acto de subversión. Es un acto de locura. No hay razones ni lógica ni conveniencia. La fidelidad irrumpe a pesar de las razones, de la lógica, de la conveniencia. Irrumpe. No se la busca ni se la consigue ni se la encuentra. No se entiende por qué, pero irrumpe. Adviene. Va en contra. En mi contra. Cuando todo indica que por allí no se llega a ningún lado, no se llega, ni siquiera se parte: allí se es fiel. Fiel a un otro. Siempre a un otro que nunca es un qué, ni un algo, ni un alguien. En realidad no importa porque la fe no es nada sino esa apertura que permite que el otro sea. Incluso cuando se es fiel a uno mismo, ese uno mismo ya es un otro. Un otro que me disuelve, que me saca de mí mismo, que me desapropia. Si soy fiel al otro que me afirma en lo que soy, no soy fiel a un otro sino a mí mismo. O al otro que constituyo desde mi mismidad para seguir perseverando en lo que soy. Pero cuando hay fe; o sea, cuando la fe hay, cuando se da, cuando adviene, la única forma en que la perseverancia se expresa es en la forma del retiro. Retirarse para que el otro sea. Ser fiel. No te soy fiel por vos, ni por mí, ni por nosotros. Te soy fiel porque sí, por el qué, por la pregunta que no cierra, por el abismo en el que todo cae. Te soy fiel porque no creo, o porque creo más allá de la creencia: creo en lo que trasciende todo sistema de creencia. Te soy fiel porque no hay sentido, porque no hay promesa, porque no hay mejora. Te soy fiel porque al final no hay final y mientras caemos tu voz, tu manifiesto, tus muertos, me miman. La fidelidad es un exceso de amor, pero el amor no existe. Como no existe nada en la forma de aquello que con su presencia nos enclava en nuestro ser. Ser fiel es amar más allá del amor. Por eso, te soy fiel. No me soy fiel, sino que te soy fiel. Soy fiel al te, que es siempre un qué, o sea, nada. O sea, menos que un algo. O sea, lo que abre. Lo que me abre. Y si me abre, ya no hay me. La fe destruya, aniquila, resquebraja toda posibilidad. No se la puede sostener todo el tiempo. Hay que olvidarla un poco. O mucho. Tal vez no son más que apariciones que definen un estado, una línea, un recorrido sin sentido. Ser fiel abruma, nos hace implotar. Es una forma de suicidio. Mata y muere. No se soporta. Por eso es a goteo, aunque cada gota resuene eternamente. Es el único sentido posible porque es imposible. Es que si la fe fuese algo, ya no sería fe sino cálculo. Y cuando el cálculo se reviste de fe y toma su nombre, nos creemos fieles y no hacemos más que reproducir esa misma lógica que en su imposibilidad da origen a la fe. Te soy fiel no porque vos me sos fiel. No espero nada tuyo y menos tu fe que si me la dieras, ya no sería fe sino algo. La fidelidad no es un negocio. Ni siquiera un mal negocio. La fidelidad no tiene que ver con la ética, otro de los nombres de la economía. No hay economía en la fidelidad. Va siempre a pérdida. Va siempre en contra. Por eso la fidelidad es un acto de barbarie, un acto previo a cualquier determinación, un acto que nunca es acto sino devenir. La fidelidad circula, se presta, se regala. Es un regalo que no vuelve. Un regalo que desapropia. Un regalo que no hago por vos ni por mí, sino por lo que nos excede que nunca es tampoco ni un gran yo ni un gran otro. La fidelidad nunca es grande. Nos excede tanto que su exceso la vuelve ínfima. Es lo mínimo. Es silenciosa. Nunca es puesta en la palabra porque a palabra supone un ida y vuelta. Pero no hay vuelta en la fe porque no es para nadie y menos para un alguien que la recibe. No se recibe la fe. No se pretende fidelidad. Solo nos llega. Casi sin espera. Casi imprevisible. Casi. Ser fiel es ese casi. Ese toque que nunca se produce, pero se percibe. Como se perciben los fantasmas. La fidelidad es cosa de fantasmas, de esas zonas imprecisas entre lo vivo y lo muerto. Ser fiel es un acto que excede la vida con sus posibilidades porque rompe toda lógica de la existencia. Por eso te soy fiel siempre y más ahora que ya no soy.  

Para Revista Turba
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